Desde la Cámara de Comercio de Córdoba continuamos con nuestro Ciclo de Entrevistas, esta vez desde el Corredor Comercial Ruta 20, uno de los más importantes de la ciudad, donde se ubica la icónica Panadería Corradini.
Hace exactamente 53 años, en el amanecer de octubre de 1967, Doña Blanca Aideé Arolfo y Don Alejandro Corradini llegaron al terreno de barrio Los Naranjos en el momento que se construía la cuadra de elaboración. “Mi marido quería tener la panadería porque sus papás ya eran grandes. Él quería trabajar y poder estar con ellos, poderlos ayudar. Así empezamos”, cuenta Blanca.
Llevaron el horno junto a herramientas de otras panaderías que alquilaban al lote de ruta 20, donde vieron nacer su primer local propio. Las primeras semanas, sin luz, buscaron ayuda en panaderos conocidos para producir, repartir y mantener sus clientes, hasta que lograron abrir en el lugar elegido.
“La gente venía a comprar aquí porque sentía el olorcito al pan, a la factura. Hacían cola hasta el fondo, donde teníamos la producción. Ahí la gente esperaba que la atendiéramos. Fue muy lindo, muy lindo”, comenta mientras recuerda al señor Pepe de barrio Empalme, su maestro en el rubro: “Me quedó para siempre todo lo que este señor me enseñaba. Era un viejito hermoso, hemos aprendido a trabajar con él”.
Los años pasaron y casi sin darse cuenta sus hijos ya estaban ayudando en la panadería. Aparecían para hacer ñoquis, atender en la caja o despachar. Un poco jugando, otro poco de verdad. Mientras, crecían e iban dejando atrás el secundario y la universidad.
“Cuando falleció mi marido, él -por su hijo Alejandro- estaba en el último año de facultad. Al terminar fuimos a llevarle el diploma a la tumba para contarle que se había recibido. De ahí volvimos a trabajar y me preguntó ‘¿cómo querés que haga?’. Le dije que él ya era un profesional, pero me dijo ‘si vos querés que yo te ayude, te ayudo’. Y se quedó conmigo”, recuerda Blanca, con la emoción a flor de piel y un agradecimiento que se trasluce en el brillo de sus ojos.
También Oscar, hermano de Alejandro, optó por dejar su negocio y ayudar a su mamá en la panadería. Ambos destacan su experiencia y valentía que permitieron sortear tiempos muy difíciles, esos que dejan marcas y aparecen en los recuerdos para dar lugar a una única certeza: finalmente, el esfuerzo de todos los días valió la pena.
Tal vez por su amor al trabajo, por su vocación, por ser un gran ejemplo. Lo cierto es que todos han elegido quedarse: jóvenes generaciones de una empresa familiar que con treinta empleados se adapta a los nuevos paradigmas del comercio y a la inesperada situación de pandemia.
“Fuimos una de las primeras panaderías con delivery. Ahora queríamos incorporar a hijos y nietos de nuestros clientes de toda la vida por lo que sumamos redes sociales, formatos de combos vía Whatsapp y App. De esa forma estamos siendo atractivos para las nuevas generaciones. El desafío más grande de la pandemia fue la incorporación de pedidos online”, afirma Alejandro Corradini, hijo de fundadores y socio de la empresa.
Actualmente el e-commerce representa casi un 50% de los pedidos de la panadería, un complemento extraordinario a la venta en su propia sede. En lo que a mayorista se refiere, proveen a locales gastronómicos, mientras que lo minorista está destinado a vecinos del barrio y clientes que se acercan desde otras zonas cercanas priorizando la calidad del producto.
La ubicación de Corradini es, sin dudas, privilegiada. Alejandro da cuenta de la evolución del Corredor Comercial de Ruta 20 a través de una constante ampliación de oferta que lo ha posicionado como uno de los más importantes de Córdoba: “En lo alimenticio es un corredor muy interesante porque tiene un buen nivel de consumo. Además hay diversidad de rubros y buena rentabilidad. Ese es su diferencial”.
Hay tiempo para pensar en su propia evolución, en los objetivos de cara al futuro. “Reforzar lo que tenemos, simplificar la estructura y ser más eficientes de lo que ya somos”, afirma con convicción.
Blanca también imagina el porvenir, con la firmeza y la alegría de una mujer trabajadora que mantiene día a día su sorprendente rutina: comienza su jornada a las tres de la mañana y la finaliza cuando el sol comienza a caer.
“Yo le sé decir a mis hijos, mientras tenga vida y esté bien, a mí no me cambian de la panadería. Esta es mi casa”.